(artículo editorial, reista El Desván - diciembre de 2008)- por Horacio De Stefano
Un mes más, un año más, otro palote en la cuenta del calendario. Siempre me jacté de renegar contra las fechas, diciendo que a fin de año no se me ocurriría hacer balances, porque en realidad es un día más, un mes más, un año más… otro sueño. Justamente en ese punto clavo las guampas y me quedo con la mejor cara de estúpido ante el espejo… “otro sueño”… cada comienzo me reclama un sueño, cada final espera ver qué tan lejos llegué soñando… si eso no es el disparador de un balance, no sé qué otra cosa pueda impulsarlo. Y ojalá lo sea, mejor que encontrarse frente a un desierto de esperanzas, palpaldo en el bolsillo esa bala de plata que uno guarda para el momento oportuno. Tiene mi nombre esa bala, y -como me dijo un amigo una noche desesperada, cuando le pedí prestada la suya- es personal, no puede prestarse.
A través del tiempo (y de las ganas de vivir o de matarse) las balas cobran formas maravillosas… una carta de amor, la foto de la mujer que uno ama… siempre preciosa, siempre dulce, y como el vino, se pone mejor con los años. Un sueño en el que uno no piensa cotidianamente también es una bala que se rescata del olvido. La suma de los balances de años pasados también lo es.
Inventarios de herramientas emocionales llenan estantes en la ferretería del alma… y siempre está ese ferretero odioso, riéndose de nosotros cuando le pedimos algo, alguna pieza necesaria que no sabemos cómo se llama, y entre torpes intentos de describir el objeto buscado, el ferretero se despacha despectivamente, socarrón, horrible, hasta que se cansa de escuchar nuestras fracasadas maneras de llamas a las cosas y, abriendo el nomenclador de una memoria repentina, dice: “ah… el diafragma del calefón!!!”... lo peludo es que uno no busca pedazos de calefón, sino algo adentro del pecho, y se presenta la conciencia, reverenda desgraciada vestida de ferretero, que se ríe como un chamán frente a un pobre infeliz desesperado por encontrar, por ejemplo, un sueño perdido.
Balances… nos quedamos callados y nos encerramos en el pecho para contar las monedas que quedaron en el alma. Lo maravilloso es que uno decide cuánto valen esas monedas. Maravilloso y peligroso, claro, porque no sirven para pagar nada, absolutamente nada, sólo para saber si uno tiene esas monedas… monedas de chocolate, monedas de nácar, monedas de beso, monedas de abrazo, monedas de sonrisa… son nuestro tesoro, nuestro único tesoro, invaluable para alguien más que nosotros, intransferible (como la bala de plata). Y no consiguen amores, ni pagan viajes, ni ganan batallas, ni realizan sueños… es al revés, son amores, caminos recorridos, triunfos, ilusiones palpadas… y… da miedo mirarse los bolsillos del zurdo, no?.
Uno decide cuánto valen esos tesoros. Claro, no es simplemente mirar las monedas y creernos que somos ricos… el ferretero está muy atento a nuestra torpeza, picado de vino de fin de año, guiñándole un ojo al destino, oyendo lo que decimos y… simplemente no nos deja mentirnos, porque en la ferretería del pecho ya no hay oportunidad de engañarnos, tenemos al chamán adelante, con un lápiz en la mano, anotando. Cierto, uno puede decidir pasar de largo y dejar al ferretero solo con su inventario… pero siempre, tarde o temprano, llega un día en el que el agua de la ducha sale helada y uno está solo con uno mismo y su calefón roto…
Un mes más, un año más, otro sueño… vos sabés de esto, te miraste al espejo muchas veces, te quedaste en silencio muchas veces. A mí no se me ocurriría hacer balances de fin de año, porque en realidad es un día más, un año más… otro sueño. Y acá estoy, fanfarroneando mis pasos con las muletas que me regaló la calle de mis sueños, besando el aire dulce de la noche y buscándole la quintaesencia al polvo de la poesía humana… sí, eso somos, una poesía… vos, yo, todos. De repente la cocina huele a especias… canela, clavo de olor, romero… en la casa hay una sombra saludable que envuelve a todas mis sombras para hacerlas una y ayudarme a ser un hombre con una sombra… y estás vos, y estoy yo, y están todos… monedas de poesía. Los libros tiemblan, el cigarrillo humea, las sábanas son… una bandera, un mapa. Y en cada sombra, en cada fragancia, en cada libro, en cada pucho quemado, en cada pliegue de las sábanas, hay una puerta; y atrás de cada puerta hay un estante lleno de elementos por inventariar, pero de repente el ferretero me mira y, por una vez, sabe lo que quiero decirle y no se burla… y en un vistazo resume la búsqueda a dos elementos: una bala y una moneda… “es lo que hay, che” me dice, y me deja elegir.
No te voy a decir cuál de las dos elijo. Podrían ser una misma cosa. Vos no m cuentes lo tuyo. Podrían valer mucho o poco… en todo caso, valen lo que me vale la vida y la muerte. Pero hay que tener cuidado… es fácil trampear a un pobre idiota con una moneda falsa, tan fácil como encontrarse con una bala de chapa con la pólvora mojada… no se me ocurre una salida mejor que tratar de conocer al ferretero, hacerme amigo del chamán, conversar con la conciencia… definitivamente, un balance.
En mis cuentas no hay cifras, ni signos, ni anotaciones al margen… son sensaciones tan inexplicables como la bendita herramienta que no sabemos cómo se llama, pero la necesitamos. Son latidos que salen de algún lado, son la realidad y la fantasía haciendo sumas y restas hasta lograr la unidad de ambas.
En la totalidad de mis pasos está el resumen de mi camino, todas las huellas juntas dan la forma de una huella que me resume. Los hombres se resumen en su pueblo… qué vamos a hacer como pueblo?... hombres y mujeres nos resumimos en nuestros hijos… qué vamos a hacer como familia?... hombre y mujer se resumen en uno… qué vamos a hacer como unidad?...
En una hoja de papel cabe mi poesía. En los labios entreabiertos cabe mi beso y mi aire. En mis pupilas caben luces y sombras; en mi abrazo tu cuerpo y en mi cuerpo el barro. En una mano cabe mi tesoro…: una bala y una moneda. Puedo vivir con la decisión, pero no sin mi tesoro.